¿Cómo educar sin premiar ni castigar?
Cuando usamos algo externo de forma constante para que una conducta desaparezca (es el caso de los castigos), el niño tiende a depender de ello para decidir cómo se comporta. Es decir, no usa su moral autónoma, que debería desarrollar durante la infancia y adolescencia, sino que se guía por lo que va a obtener a cambio. Con los premios sucede lo mismo, hasta el punto de convertirse en una espiral de chantajes, donde cualquier acto de colaboración es por medio de un “intercambio”, de obtener algo por mostrar dicha conducta.
Solemos buscar UNA solución para los momentos en los que los niños hacen algo incorrecto, nos llevan la contraria, agreden, son irrespetuosos… pero en realidad la “solución” está formada porque pequeñas transformaciones que cambian la dinámica de la relación con nuestros hijos y que mantienen a salvo el vínculo que tenemos con ellos. Aquí tienes 11:
- La base de la relación con los hijos ha de ser la confianza y la autonomía: eso quiere decir que es imprescindible que le des espacio para cometer errores y que elijas confiar en ellos. También implica que darás veracidad a sus explicaciones.
- Cuando comete un error, o no hace aquello que prometió, pregunta antes de reñir, sancionar, enfadarte. Es la mejor manera de que sepas qué pasó de verdad, y de que sienta confianza cuando tenga fallos leves o graves.
- Gran parte de los enfados y los conflictos vienen sobre todo de lo que pensamos, no de la realidad. Es decir, si nuestro hijo no recoge la mesa como había prometido podemos pensar que está tratando de llevarnos la contraria. Cuando quizá llegó su hermano, le enseñó algo, se distrajo y se puso a jugar. Por eso necesitas volver al punto 2: ¡pregunta!
- Que un niño adquiera ciertos hábitos y normas, que los integre en su vida del mismo modo que lo tenemos asumido los adultos, es una cuestión de paciencia y repeticiones. Recuerda que en general para los niños el orden, dar buena apariencia, parecer educado, no incomodar a otros… no son prioridades ni necesidades en su vida.
- Los momentos de mayor tensión con mis hijos han llegado cuando yo no estaba en equilibrio: mi cansancio, mi tensión y estrés, mis problemas de adulta, es lo que me hacía estar en un precario equilibrio emocional. Y que uno de mis hijos me contestase o se olvidara de algo podía ser la gota que colmase el vaso. Pero una vez pasado el huracán, yo sabía que todo el follón era por mí, no por ellos.
- El post-conflicto es uno de los grandes olvidados de la vida familiar: cuando ha desaparecido la tensión, muchos tendemos a hacer como que no ha pasado nada. Y volvemos a relacionarnos con normalidad. Pero cuando se ha producido una discusión, un desencuentro importante, una de las cosas más importantes es nombrar lo que ha ocurrido, pedir disculpas, explicar cómo nos sentimos, por qué nos alteramos. De ese modo estamos disminuyendo la posibilidad de que el próximo desencuentro sea una repetición del que ya vivimos y que quedó sin resolver.
- Reconoce tus errores: ser tratados de forma injusta o violenta es una de las vivencias que mayor malestar y desasosiego genera en un niño. Si aprovechas para quitarle importancia o incluso culparlos de tu actitud perderás automáticamente su confianza y habrás dado un nuevo paso hacia el alejamiento entre el niño y tú
- Para prevenir el alejamiento de nuestros hijos, es fundamental que mantengamos fuerte el vínculo que tenemos. Cuéntales de diversas formas cómo su presencia enriquece tu vida: cuando os divertís, cuando te causan ternura, cuando aprendes, cuando adquieren una nueva destreza… explicitarlo es un modo de reconocer su valía y su aportación a la familia
- Sé concreto: cuando dices “nunca me ayudas” o “todo el día estáis peleando” estás mintiendo y transformando una situación concreta en una característica de su persona. El efecto inmediato es que se defiendan de ese ataque. En cualquier caso, has provocado sentimientos de culpa y has acusado. Mejor “me dijiste que ibas a recoger tu ropa y aún está por el suelo”
- Estar en desacuerdo o cometer errores no se soluciona con agresividad ni gritos: cuando amenazas y eres violento la única reacción posible es el temor y la defensa, de modo que la información que quieres transmitir no llega. Explica con claridad y firmeza, evita la ironía y escucha lo que tengan que decir al respecto
- En positivo es mucho mejor: cuando cometan errores ayúdalos explicando cómo y buscando soluciones alternativas, propón en vez de obligar. Y fíjate en todo lo positivo que tenéis como familia, en todas las capacidades y cualidades de tus hijos y apóyate en ellas para que las saquen a relucir enriqueciendo vuestra vida en común.
Muchos padres y madres me preguntan “¿Y qué hago para corregir la conducta si no le castigo ni le premio?”
Déjame decirte algo: el amor incondicional, el orgullo que tú sientes, el que el niño siente por su propio avance, el superarse, es el mayor premio que va a tener. Porque si les hacemos depender de las valoraciones externas constantemente, cuando no haya premios pensarán que ya no valen y se vendrán abajo. No estaremos a su lado cuando tengan 30 años, para comprarles un objeto que identifiquen con su valía. Y te aseguro que no hay nada que valga tanto como ellos.
Y para corregir: hazle reflexionar, pregúntale si se ha dado cuenta de las consecuencias de su conducta, haz acuerdos, pregúntale cómo se le ocurre que puede reparar el daño que le haya hecho a alguien, recuérdale cuál es el mejor modo de expresar su opinión, dale alternativas a la conducta negativa, averigua con él cómo se sentía para comportarse o expresarse de cierta forma, analiza qué conflictos se están repitiendo y observa si tus expectativas son excesivas, daros el permiso de cambiar todas las veces que queráis un acuerdo como el reparto de tareas, el horario de ir a dormir, el uso de pantallas, los dulces, pon tu límite con firmeza y claridad sin violencia.
En definitiva, deja de tomártelo como algo personal: tus hijos no pueden hacer que te enfades, eres responsable en cada momento de cómo te sientes y de cómo respondes. Ellos están deseando colaborar con nosotros, pero para eso necesitan sentirse vistos, escuchados y tenidos en cuenta. Su receptividad es muy alta siempre que estén conectados con nosotros y sus necesidades estén cubiertas. Y el mejor modo de conseguirlo es tratarlos con el mismo respeto con el que tratamos a personas adultas, ser honestos con nosotros mismos y con ellos y convertir la convivencia en una oportunidad para aprender, en vez de en una lucha constante a ver quién puede más.
Maestra en Educación Primaria y especialista en Educación Especial. Coach de familia en inteligencia emocional
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