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La relación con los hijos: el vínculo

DM Ene 01

Las relaciones que establecemos con otros seres vivos y especialmente con otros seres humanos están basadas en tres principios fundamentales: el vínculo, el orden y la compensación. Así pues, para mantener una relación saludable con nuestros hijos es importante que los tengamos en cuenta.

En este artículo hablaré del vínculo que es el encargado de definir la naturaleza de la relación que, en este caso, sería paterno o materno filial. El vínculo está condicionado por los afectos, es decir, por las emociones perturbadoras tales como la ira, la desconfianza, el abandono, el miedo, etc., y por los sentimientos de placer, es decir, por la alegría, la esperanza, el amor, la fe, la confianza, el compromiso, etc. Además se manifiesta energéticamente, en forma de cordones etéricos que salen de los chakras.

En concreto, los vínculos que nos unen a nuestros hijos y a éstos con nosotros, se localizan a la altura del corazón. Tener conocimiento sobre el tema energético es importante pues indica que el vínculo con los hijos no se rompe nunca, ni siquiera cuando la vida se termina y pasamos al otro lado del velo. Quien abrigue una menta abierta y carente de prejuicios comprenderá que la mejor forma de mantener los lazos de sangre sanos consiste en mirar hacia atrás y en sanear aquellos que nos unen con nuestros respectivos padres (y ancestros). Esta es una tarea ardua pero muy satisfactoria. Básicamente consiste en hacer tres cosas: perdonarles, honrarles y amarles.

Si pensamos en nuestros padres y el estómago se nos revuelve es que aún no les hemos perdonado. En este caso, hay que detenerse y liberar el dolor interno que acarreamos como consecuencia de la falsa percepción que elaboramos en su día, es decir, cuando alguno de ellos hizo algo que no sabían hacer de otra manera pero que nosotros percibimos como dañino. Reconocer nuestro propio dolor interno y mirarlo de frente no es un plato de gusto. Lo sé por experiencia.  La segunda cuestión que debemos hacer para mantener la armonía y el vínculo paterno o materno filial consiste en honrar a los padres. Está muy relacionada con la primera y simple y llanamente implica reconocer que gracias a ellos nosotros estamos hoy aquí, vivitos y coleando. A veces, en especial cuando los hijos son adolescentes, estos les dicen a sus padres cosas como: “Yo no elegí nacer, de modo que si me has traído al mundo ahora  te aguantas”. También, esta vez ya de adultos, es habitual escuchar eso de: “Si mi madre (o mi padre) no me hubiera educado de esta manera (o si no me hubieran hecho esto o aquello) yo no sería así”. Pero hay que asumir la responsabilidad por la personalidad en la que somos capaces de reconocernos y, si algo no nos gusta, hacer algo para cambiarla. Perdonar y honrar a nuestros padres es un ejercicio de impecabilidad, en el que reconocemos nuestras zonas de sombra y de madurez, pues nos invita a arrojar la luz del amor que forma nuestra naturaleza básica y con la que aprendemos a amarnos a nosotros mismos.

El tercer aspecto en el que tenemos que centrarnos es en el acto de amar. Seguramente incluye a los dos anteriores pero tiene un matiz diferente. Amar implica vivir en libertad y hacerlo con los padres que estos puedan hacer con su vida lo que les apetezca. Lo que no pasó cuando eras niño no va a suceder ahora y además, aunque así fuera, carecería de valor y de sentido. Si deseamos que el vínculo afectivo con nuestros hijos esté sano lo primero que tenemos que hacer es asumir que nosotros somos los padres y ellos los hijos. Parece una obviedad pero no lo es tanto. Es muy frecuente esperar que los hijos se comporten como si fueran adultos.  Competir con ellos, ironizar sobre sus defectos, ponerles en ridículo, hacerles callar, negarles el saludo o el afecto, imponerles nuestra voluntad sin explicarles los motivos o negarles el derecho a enfadarse, son comportamientos habituales que debilitan el vínculo. Si deseamos que los afectos perduren y que el amor crezca, el mejor barómetro que podemos utilizar es el de la relación (o el recuerdo) que mantenemos con nuestros propios padres. Si les perdonamos por todo aquello que hicieron y que sentimos perjudicial para nosotros, si les honramos por habernos dado la vida y si les amamos incondicionalmente, nuestros hijos crecerán sanos y felices.

Investigador, escritor y formador en Competencias Profesionales y Desarrollo Personal. Terapeuta energético y Coach, especializado en liderazgo y comunicación organizativa. Fundador y director de la Escuela de Desarrollo Personal Javier Revuelta Blanco. www.revueltablanco.com

 Licenciado en Ciencias de la Imagen Visual y Auditiva (Ciencias de la información) –suficiencia investigadora-.   

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