¿Estará mi hijo preparado para la vida?
Con el nacimiento de cada unos de nuestros hijos se inicia una etapa llena de ilusión y de esperanza. Desde el primer momento nos volcamos en atender a todas sus necesidades y ofrecerles todos los cuidados para que crezcan con seguridad.
Cuidamos su cuerpo para evitarles enfermedades y traumatismos. Les proporcionamos los alimentos más adecuados para favorecer su desarrollo y su crecimiento. Les enseñamos las normas básicas para que sepan comportarse, pero ¿es esto suficiente?
Siempre nos queremos imaginar a nuestros hijos, de mayores, como personas felices, autónomas y sociables, pero para conseguirlo, ¿bastará con alimentarlos, cuidarlos y enseñarles a comportarse?
Para lograr que nuestros hijos alcancen un nivel de madurez que les permita ser felices (porque gestionarán bien sus emociones), ser autónomos (porque tendrán las competencias mentales necesarias para serlo) y ser sociables (porque tendrán las habilidades sociales necesarias), será necesario que desde muy pequeños les entrenemos y preparemos para ello.
El cerebro de nuestros hijos (compuesto de millones de neuronas) está preparado para enfrentarse al mundo que les rodea, pero necesita de experiencias que, pongan a prueba su funcionamiento. Esto les permitirá crear conexiones que den lugar a comportamientos adaptativos eficaces que con la “práctica”, formarán redes neuronales estables y dinámicas, que se fortalecerán dando lugar a las competencias y habilidades en las que se basa la madurez.
Cuando por nuestro exceso de cariño y protección, impedimos que nuestros hijos se enfrenten a situaciones reales y cotidianas en las que tengan que gestionar las consecuencias de sus conductas, les estamos haciendo “pasar hambre” en la imprescindible nutrición de su experiencia vital.
Este conjunto de habilidades mentales en las que se basa la madurez y la verdadera inteligencia son las denominadas Funciones Ejecutivas.La primera de estas habilidades que tienen que lograr nuestros hijos es el control inhibitorio. Esta capacidad consiste en la gestión de los impulsos, siendo capaces de inhibirlos, retirarlos o cambiarlos cuando la situación lo requiera.
Como profesor y psicólogo, veo en demasiadas ocasiones que buenos niños con falta de esta habilidad fracasan, no solo a nivel académico sino también en lo social y emocional.
La conducta exploratoria de nuestros hijos, que debe ser consentida, y animada, necesita de unas consecuencias claras y coherentes que les permitan regular su comportamiento, y así establecer conexiones neuronales “ricas” que les preparen para enfrentarse a situaciones comprometidas con autonomía y solvencia.
En caso contrario, podemos fomentar niños sin capacidad de regulación ni de adaptación que solo sepan protestar y exigir que cambien las condiciones que ellos se ven incapaces de superar. Por otro lado si tienen bien adquirida esta capacidad de autorregulación serán capaces de mostrarse asertivos y competentes para promover cambios en su entorno de manera ajustada.
Un ambiente estructurado y estable en casa, con normas claras y adaptadas a sus edades, son un estupendo campo de entrenamiento en el que el acompañamiento cariñoso y sereno de los padres, “administrando” las consecuencias, les nutrirá de experiencias vitales para su desarrollo .
Otras funciones ejecutivas como es la flexibilidad cognitiva, la memoria de trabajo, la fluidez verbal y los diferentes tipos de atención, irán completando esta equipación neural básica que nuestro hijos deben ir adquiriendo para lograr esa madurez tan deseada por sus padres.
Ramón Soto Borbolla es psicólogo y profesor. Lleva 40 años trabajando con alumnos de Secundaria y Primaria del Colegio Castroverde de Santander.
Como psicólogo lleva más de 20 años ayudando a niños y adolescentes en su consulta de Psicología, el centroTUTOR de Santander. Colabora frecuentemente en la formación de profesores en los Centros de Formación de Profesores (CEPs) de la Consejería de Educación de Cantabria.