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“Los castigos no ayudan a educar”

DM Oct 23

“Los castigos no son la mejor forma de enseñar límites a los niños ni de mejorar su conducta”. Con esta frase tan clara Mª Pilar Gómez deja clara su posición en la crianza y educación de niños y adolescentes.

Como Coach de Familia, Mediadora Familiar y Madre de tres, su experiencia le ha llevado a asegurar que “los adultos recurrimos a los castigos cuando no tenemos otro recurso o cuando creemos firmemente que es la mejor manera de que un niño aprenda a convivir”. Pero en realidad los castigos hacen sentir humillación al niño y en raras ocasiones entiende o asimila el valor profundo que queremos comunicarle. Porque si queremos enseñar respeto, responsabilidad, empatía, amabilidad, el castigo es una clara contradicción de todo ello. Los niños escuchan a veces nuestros mensajes, pero siempre se fijan en lo que hacemos. Y castigar no es algo ejemplar.

“Muchos padres nos enfrentamos a la disyuntiva de cómo hacer que nuestros hijos nos obedezcan y cómo reaccionar cuando no lo conseguimos. Es posible que la razón por la que seguimos usando los castigos como algo inherente a la infancia y a nuestra tarea educativa sea su aparente efectividad, o quizá porque fuimos educados así y lo vemos como algo natural.

En cualquier caso el castigo es poco educativo y no llega a la raíz del problema: como mucho el niño dejará de emitir cierta conducta por miedo al castigo, no porque tenga alternativas a dicha conducta o porque haya reflexionado sobre lo bueno o malo de lo que ha hecho. Especialmente si se trata de castigos físicos (que están prohibidos). Y en muchos casos aprenderá a llevar a cabo esas conductas de modo que no lo pillemos “in fraganti”.

En una ocasión un experimentador en psicología pidió a 35 niños que participaran en un juego en el que iban a ganar muchos premios. El truco del experimento consistía en que falsificando las puntuaciones y siendo deshonestos podían conseguir los premios. El experimentador predijo que los niños que habían recibido una advertencia moderada serían los que menos falsificarían las puntuaciones, mientras que los que habían recibido la advertencia más enérgica serían los más tramposos. Su predicción se cumplió.

La realidad es que cuando un niño, a partir del año y medio, hace caso omiso a nuestras indicaciones, normas o prohibiciones, se enciende el semáforo rojo en nuestro cerebro y lo que sentimos es una gran inseguridad y el miedo de no saber “controlarlo”, de que “se nos vaya de las manos”. Éste miedo es el que nos hace acudir al castigo como un modo de coaccionarlo.

Cuando el uso del castigo es habitual termina convirtiéndose en una vía de escape, y en algo:

  • arbitrario (“¿has insultado a tu hermana? pues te quedas sin dibujos”)
  • desproporcionado (“otra vez a medio comer, métete en el baño y sales cuando yo te diga”)
  • dependiente de normas impuestas por los padres en el momento
  • que se usa conforme al estado emocional del adulto que sanciona
  • y no tiene en cuenta las características de cada niño como la edad o la situación que ha generado la conducta

Desde el ámbito de la P¡sicología y la Educación se han hecho aportaciones muy extensas sobre los tipos de castigo, el modo de aplicarlos, cuáles son los más adecuados a edad y circunstancias de los niños… podéis encontrar información fácilmente en la red.

Pero yo os voy a dejar algunas razones para no usar los castigos:

  • Enseñan que se deben cumplir las normas para no recibir el castigo, cuando desaparezca el castigo, desaparecerá el cumplimiento de la norma
  • Es muy difícil ser “justo” con los castigos: siempre hay un margen de error, el acto es evaluado y enjuiciado desde fuera y las mayoría de las veces nos falta información
  • Es muy difícil establecer límites en los castigos: a mayor delito, mayor castigo… ¿hasta dónde?
  • Se imponen, nacen del poder, de la fuerza y resultan humillantes y alienantes. Como un tortazo, un castigo es la prueba obvia de que el que lo impone se quedó sin argumentos, se siente desarmado y solo por la fuerza se considera capaz de imponer su criterio
  • Dejar claro al niño que nunca debe tenerte confianza, ya que ante sus errores puedes tomar represalias
  • Generan rabia y deseos de venganza en el niño. Se bloquea con esos sentimientos y le impiden reflexionar sobre su conducta.
  • El castigo implica culpa, no responsabilidad, y es preferible niños responsables a niños culpables
  • Bloquea la actitud creativa de buscar vías alternativas a la conducta improcedente o equivocada

Te invito a que reflexiones sobre el estado emocional que vives cuando decides castigar, cuánta es la efectividad de las sanciones que has puesto hasta ahora y qué quieres transmitir a tus hijos al educarles. Porque existen otras formas de inculcarles valores para convivir sin necesidad de usar castigos.”

Puedes leer más artículos y contactar con Mª Pilar en crianzaenfamilia.com/blog